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la atalaya/Rafael Gómez Parra

Años contados de la monarquía saudí

Si la monarquía saudí no colabora con las tropas norteamericanas para erradicar Al Qaeda, seguirá el camino del régimen irakí

"RafaelBush y Ben Laden juegan con la misma baraja. El saudí sabía que los atentados suicidas contra las Torres Gemelas –o quien lo hiciera de verdad- iba a provocar una reacción extremadamente dura de George W. Bush contra los países árabes e islámicos.
La invasión de Afghanistán estaba cantada, y quizá por eso todavía nadie ha sido capaz de encontrar al líder de Al Qaeda, aunque tampoco han podido encontrar al mulá Mohamed Omar, que era mucho más fácil. Detrás podía llegar Irán, Libia, Sudán, Siria o el propio Irak, que es al que finalmente le ha tocado. Sadam Hussein, antiguo aliado de Estados Unidos contra Irán, cometió el error de reclamar su botín de la guerra con Irán, y como no pudo tomar los pozos petrolíferos del Golfo Pérsico, controlados por el ayatollah Jomeini, se apoderó de los kuwaitíes. La jugada le salió fatal, porque una cosa es lo que prometen los políticos y otra lo que deciden las "siete hermanas" multinacionales del petróleo.
George Bush, por su parte, también conocía de antemano que las ofensivas norteamericanas e israelíes contra Afghanistán e Irak, por ahora, y contra los palestinos, iban a traer graves consecuencias y un recrudecimiento de las acciones suicidas de las organizaciones antinorteamericanas y antiisraelíes. Pero su tesis, que comparte José María Aznar en el País Vasco, es que la única manera de acabar con los enemigos del sistema es aniquilarlos y dejar sus bases como tierra quemada. Los dos extremos juegan a ganar, el primero para conseguir mantener su imperio, y el segundo con la esperanza de arrebatárselo. La situación es parecida a la que sufrieron los romanos frente a los bárbaros extranjeros, entre los que se encontraban los numantinos españoles –cuya ciudad fue reducida a cenizas- o a la que se dio entre los piratas y el imperio español sobre el que no se ponía el sol.
Pero para aniquilar el terrorismo, no sólo hay que encontrar a los activistas (en este caso Ben Laden y sus colaboradores), sino que hay que destruir sus santuarios y todos aquellos lugares donde puedan encontrar el más mínimo aliento para reorganizarse y atacar de nuevo. Liquidado el régimen talibán, Bush buscó otros posibles refugios de Al Qaeda, y acabó con el régimen de Sadam. Por cierto, ahora las televisiones descubren los enterramientos colectivos de las víctimas de Sadam contra los chiís acusados de colaborar con Jomeini en la guerra Irán-Irak. Cuando estas matanzas ocurrieron, los países occidentales prefirieron cerrar los ojos y aplaudir a escondidas las hazañas del jefe del estado irakí.
Liquidado Irak, Siria se presentó enseguida como otro de los posibles refugios de los simpatizantes de Al Qaeda, y estuvo a punto de ser señalado como objetivo inmediato. De hecho, los líderes sirios no las tienen todas consigo todavía. Otros posibles objetivos son la Libia de Gadafhi, Sudán, y, sorprendentemente, Arabia Saudí, algo que hubiera sido inconcebible hace diez años. La monarquía del rey Fahd y sus innumerables hijos y sobrinos ha sido en los últimos cuarenta años el bastión de Estados Unidos en el Cercano Oriente, a pesar de contar en su territorio con los lugares sagrados de La Meca y Medina, y de tener uno de los regímenes islámicos más retrógrados. Jomeini al lado del rey Fahd debería haber sido considerado como un liberal.
La señal de alarma la dio el propio Bush cuando señaló la marcha de las tropas norteamericanas asentadas en Arabia Saudí a los Emiratos Arabes. ¿Qué sentido tenía que Estados Unidos se marchara del país cuando se iniciaba la ofensiva contra los países del mal? La respuesta ha llegado de la manera menos previsible: un atentado suicida contra hoteles y residencias de occidentales acabó con la vida de más de cuarenta personas cuando estaba a punto de llegar el secretario de Estado norteamericano, Colin Powel, que sólo pudo certificar la crudeza de los atentados.
Fue entonces cuando los expertos en guerra psicológica comenzaron a lanzar los dardos contra los saudíes, recordando que Osama Ben Laden es de esta nacionalidad, tiene una amplia familia con raices en todos los negocios del país, y, lo que es más grave, fue financiado por Arabia Saudí para convertirse en el líder de los terroristas afghanos que lucharon contra los soviéticos en la década de los ochenta. De aquellos polvos vienen estos lodos y para los Estados Unidos parece claro que la semilla de Al Qaeda y sus posibles conexiones y raices viven en Arabia Saudi y conviven con parte de sus dirigentes. De ahí a considerar al régimen saudí como aliado de Ben Laden sólo hay un paso. O la monarquía saudí, muy debilitada por la grave y larga enfermedad del rey Fahd, colabora con las tropas norteamericanas para erradicar a Al Qaeda, o seguirán, tarde o temprano, el camino del régimen irakí.
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